miércoles, 30 de diciembre de 2009

Cumplido plan 53: "Encuentros en la Tercera Fase" (1977)



Esta es la segunda película inolvidable de mi infancia que reviso en este blog, despues de "Con la Muerte en los Talones" . Al igual que con el clásico de Alfred Hitchcock, esta nueva reminiscencia o restrospectiva ha salido airosa del paso del tiempo (de mi tiempo, quiero decir), pero en este caso el cambio de perspectiva me ofrece aún más matices nuevos que con aquel. Si bien es cierto que esos matices, relacionados con el significado profundo de la película, seguramente configuran la magia que percibí en este film siendo un niño, aunque entonces no pudiera comprender o explicar lo que Steven Spielberg pretendía transmitir, escondido entre mucho simbolismo.

Yo soy bastante escéptico con todo lo relacionado con la anécdota que voy a contar a continuación, pero lo cierto es que siempre me resultó muy curioso saber que mi madre vio esta película en el cine cuando estaba embarazada de mí. Cuando nueve o diez años después vi el film en la televisión, me maravilló e impactó como nunca lo había hecho antes ninguna película. Aquel misterio constante, incialmente de tintes terroríficos, pero luego de deseo de ver nuevos avistamientos; esas nubes de tormenta que cobraban vida propia mientras unas luces fantásticas surgían como los relámpagos más espectaculares nunca vistos; las obsesiones de los protagonistas por la imágen mental de una montaña que nunca habían visto realmente; el descubrimento de dicha montaña (la Torre del Diablo) y su potente fuerza visual (otra duda medio "esotérica": ¿hasta qué punto pudo influirme para el futuro la nada técnica ascensión de las escenas finales?); y finalmente los preciosos e impresionantes encuentros finales, con el divertido diálogo musical de las inmortales cinco notas de John Williams. Quedé absolutamente fascinado. Recuerdo que pasé semanas haciendo montones de dibujitos de nubes, naves y Torres del Diablo (aunque supongo que no llegué a la obsesión de los personajes protagonistas). Y convertí a la Ciencia Ficción en mi género cinematográfico favorito para los siguientes (y muchos) años, y a Steven Spielberg en mi director predilecto.

La segunda vez que vi la película, ocho o diez años después, volvió a emocionarme. Más recientemente, me ha ido pareciendo que tiene sus fallos y debilidades, además de que ha envejecido sensiblemente, y no sólo por los efectos especiales. No obstante creo, y más aún tras ésta última revisión, que la magia latente en buena parte de su metraje sigue intacta, al menos para mí. Y más aún cuando resulta muy sencillo entender el mensaje principal que Spielberg quería expresar, cosa que hizo con un simbolismo que un niño no puede captar, aunque sí la fascinación por la magia. Y esto resulta muy paradógico.

La paradoja viene precisamente de que en la película se habla de la pérdida de la visión infantil de la vida, fundamentalmente. La familia de Roy Neary (Richard Dreyfuss) representa a la clase media americana, con una vida rutinaria y desprovista de ilusiones, en la que los niños no quieren ser niños sino adolescentes conformistas y materialistas, y los padres han perdido el control del trato entre todos. Sin embargo, el propio Roy es en realidad un soñador frustrado, un tipo cuya monótona vida ha reprimido sus ilusiones infantiles, pero no del todo; De hecho, aún cree que sus hijos deberían ir a ver el "Pinocho" de Walt Disney (símbolo de la magia infantil) antes que pasar el día en el parque de atracciones.

Por otro lado, está el niño Barry Guilder, que vive con su madre separada, y que, aún libre de prejuicios y de las ataduras de la vida adulta, parece ser el único personaje de la película que no teme en absoluto a los extraterrestres, a los que considera incluso sus amigos, mientras las personas maduras se muestran aterrorizadas ante sus apariciones. Parece ser que la vida adulta en las sociedades modernas enseña pues a sentir miedo a lo desconocido, frente a la confianza y la curiosidad de la ingenuidad infantil.



Cuando el adulto Roy Neary tiene los primeros contactos con extraterrestres, y superado el miedo inicial, aflora el niño que lleva reprimido en su interior. Entonces cobra sentido en él la magia que su gris vida había ido sepultando. Su vida familiar, ya de por sí desastrosa, queda totalmente de lado; esa realidad cotidiana es un obstáculo para el nuevo descubrimiento, aparte de que su mujer e hijos no tienen el corazón lo suficientemente abierto a lo desconocido, no están preparados para la llamada extraterrestre.

Pero mientras Roy se debate aún entre su cómoda vida convencional y sus nuevas fantasías obsesivas, se va degradando cada vez más. Es un ser desesperado entre dos mundos, entre la enorme maqueta de una montaña en su salón, y la apariencia feliz de las familias en el jardín tras la cortina de la ventana, mientras su aspecto es el de un soldado en plena batalla.

Finalmente, es a partir del descubrimiento de que esa misteriosa montaña de sus imaginaciones existe realmente (la hora final de metraje, que es la que me ha vuelto a emocionar), cuando Roy se embarca en la deseada escapada hacia la magia. Hay un diálogo que, metafóricamente, sintetiza muy bien el espíritu, cuando él y Jillian (la madre del niño Barry) se ven obligados a saltarse los controles con el coche para poder llegar a la Torre del Diablo: "Hay que romper las barreras", dice él. "Pues rómpelas", contesta ella.



Se habla de otros temas en el film. Al final, el debate sobre ufología y vida extraterrestre sólo es la excusa. También está la manipulación y ocultación de información a la gente por parte del poder, la alienación, o la mediocridad a la que se ven resiganadas las clases medias por creer en la falsa sociedad del bienestar. Todo, en definitiva, parece llevar a un mismo mensaje: el escapismo no es sino la búsqueda de un sentido vital perdido con la madurez. Me suena.

Lo explica muy bien el profesor de Guión Audiovisual Antonio Sánchez-Escalonilla en su libro "Steven Spielberg. Entre Ulises y Peter Pan": "Los extraterrestres de Encuentros en la Tercera Fase son súbditos del reino de la magia y de la fantasía, que llegan a la Tierra para devolver a los humanos la ilusión perdida por unos sueños que denominan imposibles."

martes, 29 de diciembre de 2009

Un vídeo para escapar.

A mi me ha emocionado, recordándome a mi mismo por los Picos de Europa, ahora desde estas nuevas perspectivas. Se lo recomiendo especialmente a los amigos con los que he compartido aquellos viajes. (Consejo: ponedlo en modo pantalla completa, en el panel de abajo del recuadro de youtube).

sábado, 26 de diciembre de 2009

Y el lunes, otra vez lo mismo...

...suerte que siempre nos quedará Mafalda.




viernes, 25 de diciembre de 2009

Plan 55: Monte Perdido (Louis Ramond)

  1. Lugar: En casa.
  2. Momento: Próximos días.
  3. Plan: No, no voy a subir al Monte Perdido próximamente -que yo sepa-. Qué más quisiera. Aunque no estará mal evocar su paisaje con la realización de este plan: la lectura de la narración de Louis Ramond de Carbonnières sobre su ascensión a esta célebre montaña pirenaica en agosto de 1802, la registrada como primera histórica a la misma. Ya me apetecía volver a leer algo de montañismo clásico.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Cumplido plan 54: Cramponeando por Peñalara.



ADVERTENCIA: El montañismo es una actividad que supone riesgos. No debe realizarse sin la experiencia y el material adecuados. El autor se exime de toda responsabilidad sobre cualquiera de las posibles decisiones que pudieran tomar al respecto quienes lean esto, y por tanto de sus consecuencias.



Al final, ni fue un churro forzado, ni tampoco una ascensión especialmente memorable, pero desde luego nos salió entretenida. Y eso que previamente no empezamos bien.

El espíritu relajado y poco ambicioso del plan quedó acrecentado por dos fallos o imprevistos relacionados con el transporte. Yo había intuído que, con las pistas de esquí aún cerradas, el horario de autobuses no sería el de temporada de esquí (suena lógico, ¿no?), y fuimos a coger el de las nueve pensando que ese sería el primero, cuando lo había sido el de las ocho. El segundo inconveniente fue no llevar billetes más pequeños, porque no nos dejaron comprar el tiket (ya os vale, Larrea, o por eso o por la falta de avisos al respecto, o por ambas cosas). Tuvimos que salir aún media hora más tarde, una vez que cambiamos en una cafetería. La posible idea de, por ejemplo, subir practicamente al mediodía por un corredor de nieve no parecía muy sólida (nunca mejor dicho).



Por otro lado estaba el famoso frío siberiano de este fin de semana. El caso es que estábamos dudando entre cara norte de Cuerda Larga (umbrosa, fría) o la solana de Peñalara (me temía yo la famosa inversión térmica): La primera suponía no pararse más de cinco minutos pero contar probablemente con nieve dura, y la segunda podía suponer calorazo por radiación, por la mencionada inversión, y por la mucha ropa para evitar el, de todas formas, frío imperante, además de la posibilidad de nieve en malas condiciones.



Bueno, al final yo creo que fue por vaguería, o por la inercia de ese caracter "pachorro" con el que íbamos en parte, quizá también aumentado por la rutina de estar "donde siempre" (ya he dicho en varias ocasiones que a mí me influye mucho la novedad o no del lugar o ruta); la cuestión es que al final nos dirigirnos a lo que más cerca teníamos, que era Peñalara.



Todavía sin las cosas claras, nos propusimos echar un vistazo a algún corredor que viéramos como asequible a nuestro nivel (la cantidad de nieve parecía más que suficiente), y fuimos a la zona entre las dos cimas de Dos Hermanas (de nuevo la más crecana posible). En efecto, la temperatura era "inesperadamente" suave, y no tardamos en empezar a pasar calor por la ropa y el esfuerzo. Incluso parados y ya con menos abrigo puesto estábamos agusto, mientras el país entero se pelaba de frío en las "bajuras".



Bueno, pues temiendo que los corredores tuvieran la nieve ya demasiado blandurria, he aquí que encontramos una ladera de ligera exposición norte y aún en sombra gracias a los afloramientos rocosos que la flanqueaban, en la cara este de la Hermana Menor. Esa era nuestra oportunidad, porque además tenía buena pinta: bonito y aparentemente asequible corredor.



Efectivamente la nieve estaba en general en buenas condiciones (por momentos muy buenas), la pendiente era asequible, la vía era bonita y de vistoso panorama, y con poco esfuerzo y cierta sorpresa estábamos volviendo a cramponear por un corredor después de muchos meses. Cierto es que hubo algo de tensión por mi parte, en algún momento en que la nieve más superficial resultaba inestable y algo resbaladiza sobre las capas inferiores, y me sentí inseguro, pero en cualquier caso salió una ruta y una excursión razonablemente bien aprovachada.



Es curioso que en otros momentos o temporadas anteriores solía tener un carácter más ambicioso en eso de hacer cima. En este caso, desde la tranquilidad con que nos tomamos el día, no me picaba el gusanillo de subir a Peñalara por una vía curiosa ni por la normal, y me pareció suficientemente satisfactorio haber hecho este corredor si subir más allá de Dos Hermanas. ¿Para qué más, si ya está muy visto lo de arriba, y no nos va a aportar nada nuevo? Carecía de importancia el no engordar más la lista de subidas a esta montaña, cima de Guadarrama, cosa que en otra época habría dado por hecho: ¿Estar en Dos Hermanas y no subir a Peñalara? ¿Pero qué es eso? Supongo que se van valorando otros aspectos de la montaña a medida que se van acumulando experiencias. Y eso hace cambiar el caracter, añadiendo la posibilidad de no ir siempre con el mismo tipo de apetencias o prioridades.



Quizá esta excursión la recordemos durante algún tiempo como la que, con menor esfuerzo, mejor vía de ascensión nos proporcionó. Luego algo de memorable, o de especial, sí que tendrá.



Descripción técnica de la ascensión

sábado, 19 de diciembre de 2009

Plan 54: Reencuentro con la nieve en Guadarrama.

  1. Momento: Mañana.
  2. Lugar: Sierra de Guadarrama.
  3. Plan: No está definido. Cogeremos el primer autobús a Navacerrada - Cotos, y elegiremos una ruta que nos permita disfrutar de la mayor cantidad de nieve posible. Según esto, lo más probable es que subamos o a Peñalara o a Cuerda Larga, pero otras opciones no son descartables (dependiendo de la nieve que vayamos viendo desde la carretera). El tipo de actividad y posibles rutas de ascensión en cada caso tampoco están claras; por si acaso, llevamos crampones y piolet. En estos casos, o te sale un churro forzado, o de repente te encuentras con una excursión muy disfrutable. Ya veremos...

jueves, 17 de diciembre de 2009

Amor al arte

Tomo una frase que me gustó mucho de un muy buen post del blog de mi amigo Paúl, que a su vez "fusiló" (como él dice) de otro blog, Mangas Verdes, acerca de la polémica actual sobre la propiedad intelectual. El tema se las trae, y la frase, como las otras y muy variadas aportaciones de todo tipo de personajes referentes del mundo del arte y la cultura, da mucho que pensar al respecto. Pero el sentido que yo le extraigo (y que no deja de estar relacionado con el tema que tratan), va más allá de opiniones, ideologías, negocios, o formas / tecnologías de difusión: es el profundo sentimiento de que hay determinadas cosas en la vida que no pertenecen a nadie, y al mismo tiempo pertenecen a todos; y entre ellas está lo que siente un artista al expresar su inspiración: si de verdad ama el arte, simplemente se siente un mensajero:

“Debería haber un gran almacén de arte en el mundo al que el artista pudiera llevar sus obras y desde el cual el mundo pudiera tomar lo que necesitara”.
Ludwig van Beethoven

martes, 15 de diciembre de 2009

Esto es tocar

Estos son Dixie Dregs. Sin palabras. Y nunca mejor dicho porque, como en este vídeo, casi toda su música es instrumental. Ellos tampoco tienen nada que decir. Ni falta que les hace.



Steve Morse: guitarra. Andy West: bajo. Rod Morgenstein: batería. Mark Parrish: teclados. Allen Sloan: violín.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Plan 53: "Encuentros en la Tercera Fase" (Steven Spielberg)

  1. Momento: Próximamente.
  2. Lugar: En casa.
  3. Plan: Siguiendo con la idea ("Hergest Ridge", Mike Oldfield) de recuperar propuestas que me hice a mi mismo en los primeros planes del blog y que hasta ahora no había cumplido, retomo mi interés por revisar películas que me marcaron en mi infancia, tal y como manifesté en "Con la Muerte en los Talones" (Alfred Hitchcock).

jueves, 10 de diciembre de 2009

Cumplido plan 52 (B): Perdiguera.

ADVERTENCIA: El montañismo es una actividad que supone riesgos. No debe realizarse sin la experiencia y el material adecuados. Tampoco es del todo recomendable en solitario. El autor se exime de toda responsabilidad sobre cualquiera de las posibles decisiones que pudieran tomar al respecto quienes lean esto, y por tanto de sus consecuencias.



Efectivamente, tal y como sospechaba escribiendo la anterior entrada preparatoria del plan, la niebla hizo honor a las previsiones y me impidió ver La Najarra desde Miraflores. Por lo tanto, y ante el riesgo de hacer todo el esfuerzo de subir para luego llevarme una esperable desilusión por escasez de nieve, opté por la idea B de subir a la máxima altitud de la Sierra de la Morcuera, vecina de la montaña descartada. Pero tengo que reconocer que en parte me hacía más ilusión, y casi estaba deseando ver poca nieve en La Najarra porque, como siempre, me apetecía más hacer un recorrido nuevo, pisar terreno inédito para mí (aunque ya hubiese subido al Perdiguera por otro itinerario).



Y a la larga acerté con la elección. No sólo porque, una vez que pude ver La Najarra emergiendo del mar de nubes, comprobé que efectivamente habría pisado poca nieve con el plan A, como sospechaba. Sobre todo acerté por lo dicho, porque resulta gratificante cómo un itinerario diseñado por caminos no conocidos acaba resultando muchas veces más atractivo que las rutas habituales (la filosofía de aquella entrada, Los caminos alternativos de la montaña...)



Y eso que la mencionada niebla al principio ejerció un poco de aguafiestas. Las nubes bajas cubrían (aunque variando con el tiempo y en cada zona) un espesor altitudinal de unos 300 ó 400 metros, desde más o menos los 1.250 - 1.400 (unos 100 por encima de Miraflores y Bustarviejo) hasta los aproximadamente 1.600 ó 1.700 (unos 200 por debajo de la cima). Así pues, la excursión consistió en meterme en la niebla subiendo, salir por encima de las nubes llegando arriba, volver a entrar bajando, y volver a salir llegando a Bustarviejo. Y en el inicio me fastidió un poco, porque aunque creo que andar por el campo con niebla resulta entre misterioso y singularmente agradable y bucólico (por ejemplo en un bosque), en el caso de subir por una cresta, como era este caso, te pierdes sus esperables y constantes vistas panorámicas.



Sin embargo, ese fastidio inicial quedó luego justificado, cuando superé esa misma niebla dejándola por debajo, convirtiéndose en un espectacular y al mismo tiempo relajante manto blanco algodonoso, sobre el cual emergían las montañas (incluída La Najarra) como islotes inhóspitos. El propio entorno general de Guadarrama parecía el de una cordillera aislada en tierras remotas, gracias a que el monstruo de la gran ciudad y los numerosos y mega urbanizados pueblos quedaban tapados por el mencionado manto (aunque ojalá también fueran las nubes buenos aislantes acústicos...)





Por otro lado, qué buen partido se le saca a la afición a la fotografía en días como éste. La sierra estaba decorada para la ocasión; la austeridad de estas montañas en un soleado día de verano no tiene comparación con lo que las pinceladas de la nieve (aunque fuera más bien poca) y el abrazo de las nubes a las laderas logran sacarle de provecho estético.



Tras contemplar las vistas con detenimiento tan curioso como embelesado, comenzó esa parte de toda ascensión montañera cuyo disfrute depende tánto de cómo se plantee: la bajada. Se puede caer en el error de asociar el descenso al anticlímax (por analogía con el clímax de la cumbre), y convertir la bajada en una mera necesidad inevitable, incluso en un aburrimiento a veces tedioso. Esto suele ocurrir cuando se baja "por donde siempre", o simplemente por el mismo camino de la subida. Pero si se plantea la bajada como otro nuevo descubrimiento, como una nueva búsqueda de rincones por conocer, entonces puede ser tan disfrutable como el ascenso. Y así fue en esta excursión. Los prados y pinares de la loma norte de la Sierra de la Morcuera, incluyendo el Abedular de Canencia, invitaban al paseo por parajes nuevos. Aun habiendo estado por esta zona otras veces, siempre quedan rincones por conocer, y así pude comprobarlo y disfrutarlo, sobre todo en la agradable pradera en la que me paré a comer.





El ciclo siguió completándose cuando me metí de nuevo en la niebla llegando al Puerto de Canencia, pero en este caso si que tuvo ese caracter positivo del que hablé al principio, con el bonito juego de luces que la bruma provocaba resaltando los rayos del sol que se colaban entre los pinos. Además, añadió la escasa visibilidad un componente "aventurero", al tener que buscar y luego seguir una senda que no había recorrido nunca, sin contar con referencias visuales del paisaje general. No hubo problema, y en cualquier caso fue entretenido.



Lo que más me disgustó del día fue cruzarme con motoristas de trial, otra manera muy distinta de entender el disfrute en el campo. Se introducen elementos tan antinaturales y poco discretos como la huella de las rodadas en el suelo, los humos y olores, aveces el vertido de líquidos, y sobre todo el ruido, con lo que se debe entender que la sensibilidad de estos aficionados a esos aspectos del medio natural debe ser más bien escasa. ¿Se habrán parado alguna vez a escuchar el silencio de ciertos parajes de alta montaña? ¿Se habrán preguntado hasta qué punto introducen la fealdad donde habitualmente reina la belleza? ¿Percibirán alguna vez la plenitud que se siente cuando en vez de querer alterar lo que te rodea te impregnas de su armonía al sentirte parte de ello? Es otro ejemplo más del ostracismo al que se condena a ese valor llamado respeto. De todas formas, lo mejor que se puede hacer para sacar algo positivo de observar este tipo de actitudes, es mirarse a uno mismo, porque todo lo que hacemos es mejorable.



Por último, hacía tiempo que una actividad por montaña no me parecía lo suficientemente novedosa y destacable como para hacer una descripción técnica de la misma, y de nuevo he vuelto a comprobar lo mucho que disfruto con ello; me parece un tipo de tarea muy entretenida el hecho de calcular, sintetizar y plasmar la excursión realizada por un itinerario antes no descrito por nadie, en la idea de que las explicaciones puedan atraer a otros a realizarla y ser lo más útiles posibles en tal caso. Y lo de hacerlo sin ánimo de lucro y con total libertad de elección de cuándo y cómo quiero hacerlo, aún me parece más disfrutable. Ahí va:

Descripción técnica de la ascensión

lunes, 7 de diciembre de 2009

Plan 52: A elejir en el momento: O La Najarra o Perdiguera.

  1. Momento: Mañana.
  2. Lugar: Sierra de Guadarrama. Punto de partida Miraflores de la Sierra.
  3. Objetivos / Planes: A: Subida a la Najarra. Alguno de estos tres días de "puente" quería haber subido a pisar la nieve caída en la sierra, pero evitando zonas de gran aglomeración (Navacerrada, Cotos, etc.) y que, teniéndolas además muy vistas, prefiero dejarlas para cuando las condiciones de la nieve permitan actividades más ambiciosas; al mismo tiempo, prefería no demasiada lejanía y cierta flexibilidad de horarios de transporte público; todo esto reducía mucho las posibles opciones, y quizá la mejor era (por altitud) La Najarra desde Miraflores. Ahora que parece que se ha ido buena parte de la nieve, es probable que lo cambie por el plan B: Subida al Perdiguera (Sierra de la Morcuera). Lo decidiré una vez en Miraflores, a la vista (si me lo permite la niebla) de la nieve que quede en La Najarra, y si es muy poca optaré por el B, pues conozco menos esta zona.
  4. Rutas: A: La más probable sería subir de Miraflores al Puerto de la Morcuera por el Cordel del Puerto o bien por el paralelo y cercano PR 11, y del puerto a la cima de La Najarra por la cuerda; una posible (pero poco probable) variante sería subir directamente por la cara este, pasando por el risco de Cuatro Calles. Para la bajada, o bien volver por el camino del puerto antes dicho (más lógico habiendo subido por Cuatro Calles), o bien bajar por las sendas al sureste de La Najarra (Monteaguirre) desde Cuatro Calles (idóneo habiendo subido por el puerto). B: Subida al Perdiguera por la Cuerda de la Vaqueriza (al norte de Miraflores, coincidiendo con su límite municipal con Bustarviejo). Tres posibles bajadas: Si voy bien de tiempo, fuerzas y ganas, bajar por la vertiente norte hasta el GR 10.1, y seguirlo hacia el este, por el Puerto de Canencia, hasta Bustarviejo. Si voy algo peor, seguir la cuerda hacia el oeste, al Puerto de la Morcuera, para bajar a Miraflores por el Cordal del Puerto o el PR 11. Si voy mal, bajar por la cuerda oeste del Arroyo del Gargantón (la siguiente a occidente de la de subida), y de ahí directo a Miraflores.

Como se puede ver, el único plan seguro es que voy a la Sierra, y a Miraflores de la misma... Mucho lío, sí, pero a eso le llamo yo senderismo libre e improvisado (dentro de un orden).

jueves, 3 de diciembre de 2009

Cumplido plan 49: "Hergest Ridge"



Desde que hace ya casi un año llevara a cabo el primer plan musical (y de cualquier tipo) de este blog (Tubular Bells), ninguno de los posteriores discos reflejados aquí ha tenido tan dificil la clasificación bajo un estilo concreto como el presente "Hergest Ridge" (1974), segundo álbum de Mike Oldfield, salvo que sea tan generalista como para denominarlo simplemente Rock, y aun así estaría alejado de ser orientativo. Esa es una de las grandezas de ésta primera época del músico británico, por mucho que se tratara -equivocadamente- de llamar Rock Progresivo o New Age: simplemente es música, nada menos que el resultado de que un artista componga libre de prejuicios y etiquetas, tratando de expresar sus emociones utilizando instrumentos y métodos de grabación que podían ser más o menos alejados -o no- de la ortodoxia, más o menos experimentales, pero sin mayor pretensión que crear de la nada. Y esa esencia es la ideal para crear música evasiva, evocadora, escapista.

Reconozco que prefiero la archiconocida obra predecesora. Este segundo disco de Oldfield me resulta menos sorprendente, menos emotivo. Aunque paradójicamente ese caracter más austero en apariencia es quizá lo que le da un encanto especial. Tiene menos partes diferenciadas que su primer disco, hay por tanto menos cambios y sorpresas, y el tono predominante es mucho más relajado. Pero por un lado esa tranquilidad lleva a momentos francamente evasivos y etéreos, y por otro ayuda a que los pocos momentos de subidón resulten especialmente destacados, con un tono más solemne o apoteósico. Pero es que además la sencillez o austeridad es aparente. Es cierto que hay momentos casi monocordes, pero hay otros pasajes en los que una melodía aparentemente sencilla está siendo acompañada por una sucesión de multitud de acordes en cambios de tono fuera de lo convencional. Instrumentalmente está trabajadísimo al detalle, pero con pocos alardes de técnica o virtuosismo; todo está al servicio del sonido general. Y estilísticamente, lo dicho: inclasificable. Sólo se puede hablar de lo que evoca en la mayor parte del tiempo: campo, ambiente rural, espacios abiertos. Eso sí, mejor que como disco para viajar sin moverse, creo que funciona como acompañamiento de viajes, bien sea en el equipo de música del coche (si es posible, en carreteras secundarias de, por ejemplo, el norte de la península), bien sea caminando.

El misterioso inicio monótono del álbum, sin cambio de acorde, y con una leve acumulación de instrumentos, dura dos minutos, a pesar de lo cual no se hace difícil salvo quizá en las primeras escuchas del disco. A los 2:40 aparece un ligerísimo ritmo marcado por unas muy simples pero resultonas triadas de guitarras. La paz lo inunda todo, el optimismo moderado nos llama a pesar de la tranquilidad del ritmo. Los acordes cambian constantemente; no es fácil ponerse a improvisar aquí punteos con la guitarra a pesar de lo que podría parecer. La intensidad instrumental va ganando enteros y alcanza un punto de emotividad importante muy poco antes de los seis minutos. Y se llega hasta los 7:40 (cinco minutos con la misma idea, y no sobra nada), cuando se alcanza el primer subidón sonoro; breve e igualmente lento, pero con carácter épico y algo sombrío. Después de los ocho minuos se introduce otra nueva parte relajada, que desde los 8:40 a los 12:50 pasa por ser una de las partes más bonitas de la obra, con una preciosa combinación de guitarra acústica e instrumentos de viento (oboes y trompeta), a los que al final se une una guitarra eléctrica. Vuelve después la parte épica de antes, de nuevo durante apenas medio minuto, para introducir una sección algo más rítmica (pero igualmente tranquila) dominada con gran preponderancia inicial por un bajo que dibuja una línea melódica sugerente, misteriosa y algo sombría. A eso de los 15 minutos la misma idea rítmica e instrumental pasa a ser más optimista melódicamente, sin perder el tono enigmático, y añadiéndose el concurso de una guitarra eléctrica protagonista; un pasaje realmente mágico. La misma melodía, a partir de los 18 minutos, pasa a quedar únicamente interpretada por sonido ambiental y coros épicos, en un final absolutamente celestial para esta primera parte del disco, en la que no falta la participación de las propias campanas tubulares cuando se llega al clímax melódico. Más de 21 minutos de música durante la que apenas hemos marcado discretamente algún leve ritmo con los pies, pues apenas lo hay, pero, si ya hemos cogido el suficiente apego a la obra (tras las primeras y esforzadas escuchas), nos habrá resultado suficientemente entretenido, y habremos viajado al universo Oldfield con plácido resultado.

Pero la segunda parte o cara B es más animada y espectacular. En ella están los momentos más intensos y rockeros. Aun así, comienza con otro lento y acústico tema marcado por agradable punteo de guitarra y con teclados de fondo ambiental; la bonita melodía sigue en la línea del cambio de tono frecuente, hasta el punto de que se entremezcla constantemente la sensación melancólica con la optimista. A eso de los dos minutos Mike Oldfield muestra los mayores alardes guitarrísticos del disco. Sublime y precioso. A los 2:30 la misma idea del tema inicial adquiere ritmo de rasgueo acústico más bajo poderoso; es, de momento, la parte más animada de lo que va de obra (incluída la cara A), y el efecto es ciertamente revitalizador del ánimo; es un precioso pasaje de ligera evocación rural festiva; al final aparecen las voces para redondear el conjunto. A los 5:30 se relaja el ambiente, aparecen unas mandolinas, y antes de los 6 minutos se entra en, quizá, la sección que menos me convence de todo el disco; un bajo trata de emular las triadas guitarrísticas que había en la cara A entre los minutos 2:40 y 7:40, pero el resultado es más soso, con una pretenciosa intención tal vez mística o psicodélica. A eso de los 8 minutos se intensifica el sonido en otra parte épica lenta. El siguiente minuto da protagonismo al ritmo marcado por un insistente y monónoto teclado, y ocurre una sensación muy curiosa (al menos a mí me la da): parece que el teclista pierde el ritmo con frecuencia, y no acabo de tener claro si es un efecto engañoso o realmente ocurre, en cuyo caso supongo que está hecho aposta, porque resulta que no acaba de quedar mal (el resto de la instrumentacón -aquí muy escueta- conecta bien).

Párrafo aparte merece el, probablemente, tema estelar de "Hergest Ride". A los 9:30 minutos estalla la potencia rockera con la cariñosamente denominada "Tormenta eléctrica". Aquí Olfield tuvo la lúcida idea de inventarse una orquesta sinfónica en la que la sección de cuerda, en vez de por violines, violas, vilonchelos y demás, estuviera formada por unas treinta guitarras eléctricas. ¿Que cuál fue el resultado? Compruébalo tú mismo:



El momento más intenso y apoteósico del disco. Es cierto que melódicamente es de lo más simple del mismo (puede llegar a resultar repetitivo en algunos momentos), pero no cabe duda que es una extravagancia instrumental de auténtico lujo; de esas cosas que sólo se le pueden ocurrir a alguien como Oldfield. Ojo que no es precisamente representativo del tono general de "Hergest Ridge", y de hecho supone un vistoso contraste en medio de la paz del resto del álbum. Aprovecho para confesaros una fantasía: pagaría la entrada más cara de mi vida sólo por ver en directo una buena representación de este tema con treinta guitarras eléctricas reales.

Tras los 15:30 finaliza la tempestad y vuelve la calma, en un final más propio y carcaterístico de la esencia evasiva, ambiental y evocadora de la obra. Así se llega a los casi 19 minutos en los que acaba esta segunda parte de "Hergest Ridge". Para que quede constancia del estilo imperante del álbum (probablemente confundido por el vídeo de arriba), enlazo éste otro con un resumen de toda la obra:




Bueno, ahora ya solo me queda cumplir, según lo que dije en aquella entrada del plan 1, con el tercer disco de Oldfield, para muchos el mejor: "Ommadawn".

domingo, 29 de noviembre de 2009

Cumplido plan 51: "El Imaginario del Doctor Parnassus"

El mayor aliciente que puede tener para mí el cine, y más aún el género fantástico, es precisamente la filosofía escapista que ensalzo en este blog (y que no es sino reflejo de mi personalidad). Sentirme transportado a otra realidad, viajar mentalmente, poner un paréntesis a la vida cotidiana. Es justo lo que fui incapaz de sentir con esta película, al mismo tiempo que percibía con algo de rabia que los elementos del film parecían ser, sin embargo, los que buscaba. La idea básica de la película es la esencia del escapismo en medio de la realidad, la historia está llena de ingredientes brillantes e ingeniosos, y el aspecto visual es impresionante, con una maravillosa fotografía, una buena dirección artística, y unos muy logrados efectos especiales. Pero creo que la narrativa (lo más importante del cine, pues éste consiste en contar historias) es precipitada, un tanto desastrosa y caótica. De esa forma, a mí me resultó prácticamente imposible conectar con la historia, al mismo tiempo que sentía la impotencia de no poder disfrutar de todo ese buen contenido que parecía haber de fondo. En esta ocasión, en vez de sentirme transportado a los mundos imaginarios, tuve la mera impresión de estar asistiendo, desde fuera de esos mundos, a un exhibicionismo visual de los mismos, como observados por una ventana (la pantalla del cine).

Poco más me queda por comentar, por lo tanto, de esta película, que pueda aportar algo a la esencia del blog, al menos desde mi perspectiva. Si no hay escapada, no hay más que decir. De lo que sí me quedo tranquilo es del hecho de que cuatro de los cinco amigos que quedamos para ver la película nos llevamos similar decepción. Lo digo porque últimamente tengo la sensación de que no disfruto de lo que habitualmente me gusta como solía hacerlo, y no sé hasta qué punto estoy poniendo de mi parte -más o menos inconscientemente- para que sea así. Porque durante buena parte de la película tenía la sensación de ser yo el que no estaba siendo receptivo con la misma, y la verdad es que una vez comentada después con los amigos, me habría preocupado pertenecer a una minoría decepcionada. Pero no puedo evitar sentir algo de -sana- envidia al 20% que sí disfrutó.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Plan 51: "El Imaginario del Doctor Parnassus" (Terry Gilliam)

  1. Momento: Dentro de un par de horas.
  2. Lugar: Cines Golem Alphaville.
  3. Plan: Los ingredientes prometen: Cine, imaginación, fantasía.

martes, 24 de noviembre de 2009

Cumplido plan 50: Exploración por la Pedriza Anterior



ADVERTENCIA: El montañismo es una actividad que supone riesgos. No debe realizarse sin la experiencia y el material adecuados. Tampoco es del todo recomendable en solitario. El autor se exime de toda responsabilidad sobre cualquiera de las posibles decisiones que pudieran tomar al respecto quienes lean esto, y por tanto de sus consecuencias. Zona apta para enriscarse y/o despeñarse.



La cota más alta de la Pedriza Anterior no es, como cabría imaginarse, el famoso Yelmo. Al noreste existen tres riscos que igualan e incluso superan su altitud: El Vigilante la iguala con sus 1.716 metros, otra peña innominada la supera con 1.722, y la verdadera mayor altitud es el llamado Canto del Berrueco con 1.724. Pero lo de menos son las altitudes. De hecho, siempre serán riscos menos destacados que el Yelmo, pues el semblante erguido de éste, con su característica y estilizada figura, supera en belleza, personalidad y espectacularidad a casi cualquier otra peña de La Pedriza.



Sin embargo, lo realmente interesante de esos tres riscos, junto a otros de la zona (Punta Blanquita, La Almena y La Torre), es precisamente su relativo anonimato, su caracter algo solitario, y las posibilidades de exploración y de descubrimiento que ofrece la pequeña zona en que se ubican. Aunque eso es algo que ocurre en infinidad de rincones escondidos de este paraíso granítico llamado La Pedriza.



Una vez que el senderismo por caminos marcados agota casi todas las opciones principales de este paraje, y sin entrar en el amplísimo abanico de posibilidades que ofrece a la escalada, nos queda la exploración al estilo clásico, el descubrimiento de accesos más o menos alternativos, intrincados, laberínticos, con trepadas, gateos por túneles de rocas, etc. Es un tipo de actividad (o juego) que me encanta, que me ayuda a pasármelo como un niño. Ya lo experimentamos en cierta ocasión Iván, Ángel y yo por la zona de El Pájaro, en el Callejón de los Guerreros, o yo mismo en solitario para alcanzar la cima del Cerro de los Hoyos o del Nevazo. Una vez más ha sido un tipo de actividad similar, en la que divertirse encontrando la manera de atravesar alguno de los recovecos de La Pedriza.



En esta ocasión, una vez que llegué a la vista del risco del Acebo (el de la derecha en la primera foto) viniendo por el PR M1 desde Manzanares el Real (Senda Maeso o de la Rinconada), y en vez de seguir por la integral de la Pedriza o girar hacia El Yelmo -ambas cosas las he hecho ya varias veces, y las estaba haciendo aquel día prácticamente todo el que pasaba por allí, como es habitual-, yo miré hacia donde no miraba nadie -y hacia donde ni yo mismo había mirado antes con la idea de seguir hacia allí-. Al noroeste de mi posición destacaban el risco sin nombre antes mecionado de 1722 metros, y a su izquierda Punta Blanquita. Entre ambos, una posible canal de acceso, que luego me pareció incómoda por el matorral:



Preferí bordear Punta Blanquita por su base sur, subiendo hacia el oeste por una cuesta empradizada. Luego, girando a la derecha (noreste), pude acceder a la cresta cimera de este risco por una fácil pero angosta canal. Primeras trepadas, primeras exploraciones, primeras búsquedas de accesos factibles y, desde la cima, vista del primer pequeño rincón escondido entre riscos, concretamente entre ésta Punta Blanquita, El Vigilante y el risco sin nombre de 1722 metros. Aquello empezaba a ser entretenido.

Más tarde, una vez abajo en el pequeño "rincón entre riscos" ví que entre la peña sin nombre (derecha) y el Vigilante (izquierda) había una canal que, esperaba, podría llevarme al otro rincón buscado, el que hay entre estos dos y el culminante Canto del Berrueco. Decidí subir por la canal, con un inicial paso de trepada (I+):



Para superar la parte alta de la canal se podía intentar otra trepada, o bien meterse por uno de esos "misteriosos" túneles de rocas tan típicos y entretenidos de La Pedriza. Opté por lo segundo, y resultó ser muy angosto, sobre todo en la salida (ésta es la entrada):





Y éstas las dos posibles y estrechas salidas:



Llegué a una pequeña portilla entre El Vigilante y el Risco sin Nombre. Otro nuevo rincón, aún más escondido, aún más "secreto". Realmente, empezaba a disfrutar.



La canal que acababa de subir, vista desde arriba:



Aquí decidí ponerme a comer, dejando luego la mochila, para tentar las trepadas a ambos riscos. Decidí empezar por El Vigilante. Trepé por la fisura de la derecha, y posterior placa inclinada hacia la derecha, a la cresta del risco:



La parte de la placa, de unos tres metros, a pesar de que la inclinación era pequeña (como mucho llegaba a los 45º), me daba respeto por la inexistencia de agarres o presas, y la hice gateando y con los pies de gato (siempre los llevo para trepar por los riscos de La Pedriza). Cuando la hube superado (rápida y fácilmente), y sin mirar lo que acababa de subir, de alguna manera temía las posibles consecuencias de no haber pensado en la bajada. Pero ya estaba allí, y tocaba hacer cima en El Vigilante y seguir disfrutando.

La cresta del Vigilante resultó entretenida, con dos rocas apiladas en lo alto, que se podían superar trepando por encima, o arrastrándome por debajo por otro estrecho (aún más) túnel. A la ida lo hice por debajo, y a la vuelta por encima. Luego rodee la roca cimera para subirla por el oeste con una última y breve trepada. Las vistas desde arriba, estupendas, como es de esperar en La Pedriza. Una nueva perspectiva de todo lo conocido; otra manera inédita de volver a coger apego a lo que ya disfruté desde otros lugares. Y ello tras el entretenido juego de la exporación y la trepada, y desde una estrecha cima.







Pero a la bajada se confirmó lo que me temía. No me atrevía a destrepar la placa. Me daba demasiado canguelo. La inclinación hasta lo alto de la fisura (cerca de tres metros de bajada), y sobre todo la caída posterior tras ella, ya más inclinada, era una visión poco tranquilizadora en un terreno sin más agarre que la propia rugosidad del granito (adherencia lo llaman en escalada, aunque aquí la inclinación era de risa como para llamarlo escalada). Estaba bloqueado. Estaba claro que la había cagado, hablando en plata. No se debe subir sin estar seguro de que vas a poder o te vas a atrever a bajar. Y yo subí sin estarlo. Sin haberlo comprobado o reflexionado previamente, vaya. En definitiva, había descontrolado esta cuestión. Fallo mío, y fallo importante, de los que pueden llevar a situaciones indeseadas (llámalo enriscamiento, llámalo caída o accidente, llámalo llamada al teléfono de rescate). Imprudencia, vaya.

Pero había que salir del problema, y me puse a buscar otras maneras de bajar de allí. Una posible era por la cara sur, por donde hay una chimenea que había visto desde el "primer rincón escondido". Desde arriba no se veía hasta donde llegaba, y no quise atreverme a bajar. Luego probé por otro lugar cercano al de la placa, inicié la bajada, y llegué a un punto en que me daba aún más miedo, al pasar junto a una zona aún con más patio. Di más vueltas y no vi nada claro. Volví a la placa. La miré. Me di la vuelta, poniéndome cara a la roca para empezar a bajar... pero nada, no me daba la seguridad necesaria. Y ahí estaba mi mochila. Apenas unos cinco o seis metros más abajo. Tan cerca pero tan lejos. Llegué a pensar en saltar a la "cama" de sabinas rastreras de la portilla. Casi me pareció una idea alocada, que surgía como del instinto irreflexivo de salir de aquella. Obviamente, la descarté. Definitivamente, creía de verdad que me había enriscado sin remedio, y casi empezaba a verme llamando a la Guardia Civil. Me parecía ridículo, sólo por miedo a un destrepe pequeño y, en realidad, no demasiado complicado. Eso sí, aunque estaba lógicamente algo nervioso, tenía menos preocupación o miedo del comprensible y habitual en estos casos. Yo no diría que esto último sea por la experiencia montañera, sino que más bien me parecía resultado de la cada vez menor importancia que le doy a todo (aunque eso sí podría tener que ver con la experiencia... vital, en general).



Reflexiones filosóficas aparte, de repente tuve un impulso, de mirar con más detenimiento en uno de los sitios que había descartado por la primera impresión, en el extremo noreste de la cresta. Y aún más curioso fue el impulso de ánimo que sentí, como diciéndome a mí mismo: "¡venga, hombre, que esto seguro que tiene solución!". Porque el hecho es que la tenía. No sé si había sido un impulso intuitivo, pero efectivamente por ese lado había otra fisura mucho más fácil de alcanzar, e incluso más fácil en si misma de destrepar que la otra. Una tontería, vaya. Se puede ver a la derecha de la anterior foto, en la que también se ve, a la izquierda, la cara de la subida (y del bloqueo en la bajada). Estaba ahí sin yo saberlo. Pero podía no haber estado ahí. Quiero decir, podía haberme pasado en un risco en el que no hubiera tal alternativa. Suerte, supongo. Pero (ay, la eterna duda del agnóstico), ese impulso que no tengo claro de donde vino, y esa grieta insospechada que estaba ahí para sacarme del problema...



Olvidada quedaba ya la trepada al otro risco de 1722 metros, así como al Canto del Berrueco, a simple vista el más difícil de los tres. Bajé hacia los aún más verticales y aparentemente inaccesibles (fuera de la escalada) riscos de La Almena y La Torre, y por el corredor que hay entre ambos descendí sin problema hacia el risco del Acebo. Quedó finalizada la exploración por este rincón ignorado por la mayoría. Y que siga siéndolo, o al menos pareciéndolo...



sábado, 21 de noviembre de 2009

Plan 50: Exploración por la Pedriza Anterior

  1. Momento: Mañana domingo.
  2. Lugar: Sierra de Guadarrama.
  3. Plan: Objetivo dentro de la indefinida (e ilimitada) propuesta 10 de la lista de posibles planes montañeros: Conocer más rincones desconocidos (por mí) de La Pedriza. En esta ocasión, partiré de Manzanares el Real directamente por la Senda de la Rinconada (según el mapa 1:15.000 de la Tienda Verde), inicio del PR - M 1 o integral de La Pedriza si se hace en sentido antihorario, para subir a la Pedriza Anterior, y explorar la zona de Los Fantasmas, el Canto del Berrueco, el Vigilante, la Almena, la Torre y demás, sin descartar tantear sus posibles trepadas, en caso de ser factibles a mi nivel. Regreso por el mismo camino, o bien por alguno de los que bajan, al este, al Camino de Jaralón o GR 10 (en ese caso para coger el autobús de vuelta en la rotonda del Camping La Fresneda), o (más raro sería) por el Arroyo de la Dehesilla para volver por el Tranco (de ésta estoy ya un poco cansado, por eso digo que sería extraño que optase por ella).

viernes, 20 de noviembre de 2009

Plan 49: "Hergest Ridge" (Mike Oldfield)

  1. Lugar: Mi cuarto.
  2. Momento: Próximamente.
  3. Plan: Al final de la entrada sobre la primera escapada (musical y de cualquier tipo) de éste blog, que fue la escucha del "Tubular Bells" de Mike Oldfield, me propuse hacer lo propio con, al menos, los dos siguientes trabajos de la discografía del músico británico, y aún no he cumplido con ninguno de ellos. Ya iba siendo hora...

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Obesidad y crisis económica

Hace un mes publiqué una entrada bajo el título de Obesidad y cambio climático, a la que me remito ahora para poder explicar la intención de ésta. El mismo razonamiento de entonces se puede aplicar (al menos como idea) a la nueva metáfora que planteo ahora.

En este caso, habría que puntualizar que son los flacos los que se ven obligados a seguir a régimen, mientras que los que tienen sobrepeso no suelen ser conscientes de ello, y los que "sufren" obesidad mórbida no sólo lo saben, sino que desean seguir engordando. El mundo al revés, pero es lo de siempre, con o sin crisis.

Como ejemplo surrealista del mundo absurdo en el que vivimos, me parece muy difícil entender que al mismo tiempo que nos han estado bombardeando constantemente con los estragos de la crisis económica, se ha seguido gastando grandes cantidades de dinero en cosas tan inútiles como el famoso obelisco de Calatrava. No es que la quiera tomar con este ejemplo concreto, porque de hecho si nos ponemos a pensar en la cantidad de despilfarros tan "necesarios" como éste que se llevan a cabo en nuestro mundo, ya sea por iniciativa individual, popular, empresarial o institucional, es inevitable (al menos para mi llano entendimiento) llegar a la conclusión de que lo de la crisis debe ser una especie de broma o chiste para muchos.

P.D.: Bueno, la verdad es que si ponemos en relación las dos metáforas mencionadas, esto es probablemente lo más lejanamente parecido a una utilidad que va a haber tenido nunca el mencionado obelisco (aunque dudo que ni esto a la larga sirva para algo):


Greenpeace escala el Obelisco de Calatrava para parar el cambio climático

Que conste que la idea de ambas entradas la tuve antes de la coincidencia.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Cumplido plan 48: Vereda del Cristo (Colmenar de Oreja).

ADVERTENCIA: El senderismo, y más en solitario, es una actividad que puede conllevar algún riesgo, incluso en terrenos aparentemente suaves, especialmente si no se tiene experiencia en excursiones por el campo o un buen sentido de la orientación. El autor se exime de toda responsabilidad sobre cualquiera de las posibles decisiones que pudieran tomar al respecto quienes lean esto, y por tanto de sus consecuencias.


Iglesia de Santa María La Mayor (s. XIII y XVI)

Ruta por el término municipal de Colmenar de Oreja, al sudeste de la provincia de Madrid, que transita por vías pecuarias a través de un terreno de páramos, vegas y barrancos, con suelos calizos, arcillosos y yesíferos, y cultivos de olivares, viñedos y pinares de repoblación. Un lugar diferente a lo que acostumbro a visitar en mis excursiones, que por tanto ayuda a desconectar sin dejar de salir o escapar (o a escapar de la escapada). También es cierto que, pequeños detalles o anécdotas aparte, este itinerario carece -para mi gusto- de la espectacularidad habitual de la montaña y de sus entretenidas posibilidades, así como de su capacidad para evocar ideas que reflejar aquí. Como además en este caso no procede realizar aparte una "descripción técnica", por estar fuera del ámbito montañero de la página en la que suelo plasmar dichas actividades, creo que lo mejor es que en esta ocasión esa "descripción técnica" sea el contenido principal de esta misma entrada (o poco más tendría de lo que escribir aquí...).

Empecemos por el croquis del itinerario. Pinchar sobre él para ver en grande:



Hay dos rutas básicas circulares señalizadas (aunque existen más caminos alternativos). Ambas están indicadas en mayor o en menor medida por mojones cuadrados blancos y por postes de madera. La ruta roja es una variante que sirve de prolongación a la verde. Las señales de los mojones y postes tienen el color correspondiente de cada ruta. La verde son poco más de 7 kilómetros con unos 250 metros de desnivel acumulado, y la roja lo aumenta a 10,5 kilómetros y algo menos de 400 metros de desnivel total. La roja está peor señalizada y el itinerario del mapa resulta un tanto confuso en el terreno, aparentemente por abandono y desaparición de algunos tramos de las vías pecuarias, así que es recomendable limitarse a la verde en caso de poca experiencia en senderismo y/o poco sentido de la orientación en el campo. Las fuentes no son de agua potable -algo salobres, como consecuencia del terreno-, así que habrá que llevar para todo el recorrido.



Se parte de la bonita Plaza Mayor de Colmenar, visible en esta foto de arriba, y en cuya esquina suroriental hay dos salidas (primera foto de abajo), eligiendo la puerta de la derecha (sur) para iniciar el itinerario. Tal y como se ve en la segunda foto de abajo, es algo así como la puerta de salida al exterior del pueblo, y también a la excursión; hay que seguir de frente (sur) por la carretera asfaltada que conduce a la Ermita del Cristo.





Se llega en breve a la Ermita del Cristo del Humilladero (capilla del s. XVI, cruz latina y añadidos barrocos), lugar de posible visita, para combinar senderismo y turismo cultural:





La carretera se prolonga a la derecha de la Ermita según he llegado a ella, por donde se debe seguir:



Una vez pasada la Ermita, la carretera sube al cementerio, pero hay que desviarse a la izquierda por esta pista de tierra:



En la muy cercana siguiente bifurcación, se toma el camino de la derecha junto a la fuente, que transcurre entre un pinar a la izquierda y la tapia del cementerio a la derecha:



Tras llegar a un alto, observo el aspecto del terreno ondulado del inicio de la ruta. Aquí me cruzo con otra traza de camino, pero sigo de frente, para bajar a una vaguada:



El camino vuelve a subir por la ladera contraria de la vaguada, hacia el sur:



Camino ya junto a olivares, cultivo predominante de la zona:



Al poco rato cruzo la carretera M - 322:



Prosigo de frente al otro lado de la carretera, por la continuación de la vía pecuaria (así indicada por el cartel de la derecha):



Muy pronto habrá una nueva bifurcación, en la que opto por la derecha (suroeste), e inmediatamente después otra, esta vez eligiendo la izquierda (este); la segunda es la de la foto, aunque en ella ya estoy girado hacia la nueva dirección:



Pronto se llega a la fuente de Valdegredero, junto a tres chopos y un plátano de sombra:



En esta zona se cruzan cuatro direcciones alternativas, por todas las cuales se transcurre en momentos distintos del itinerario; digamos que es el "centro de un 8", que es la forma del itinerario (véase el croquis). De momento sigo de frente, por el camino más amplio:



Tras virar el camino hacia el sur-sureste, nueva bifurcación: a la izquierda:



Después de una subida, llego a lo alto de un mirador con un panel interpretativo de las vistas que hacia el sur se observan (inlcuidas la ribera del Tajo y la provincia de Toledo). Aquí hay que seguir a la derecha:



Ya de nuevo bajando, otra bifurcación: a la derecha:



Estoy en el tramo de bajada más pronunciado de la ruta. No en vano, los barrancos que caen a este Arroyo de Valdepinar ofrecen el paisaje más abrupto del lugar. Domina el terreno yesífero, y las repoblaciones de pino carrasco:



Sigo bajando. Además del polvo calcáreo del suelo, indica la naturaleza del terreno alguna coscoja como la de la derecha:



Estoy llegando a una nueva confluencia de caminos que alcanzaré tras cruzar el fondo del Barranco de Valdepinar. Aquí habría que seguir por la pista de la derecha para realizar el recorrido básico (verde), y por la trocha que sube hacia el pinar para hacer la variante roja:



Esta es la continuación de la ruta verde, hacia el sur-suroeste, que yo recomendaría a quien no tenga demasiada experiencia o buena orientación:



Yo seguí por aquí (variante roja, este-sureste):



El camino, inicialmente el tramo de subida más largo , se introduce en un pinar de repoblación más tupido que en el resto del itinerario:



Más arriba me cruzo con una pista que no coincide con la dirección que indica el mapa; ésta más bien consistiría en seguir de frente, por una traza que desaparece en breve, al llegar a un olivar:



Al desaparecer la traza, continúo por lo que, intuyo, debió ser la vía pecuaria (ahora convertida en terraza de plantación de olivos), a la izquierda de un almendro (y también a la izquierda en la foto):



Bajo el almendro, al ponerme a recoger almendras caídas, me encuentro con esta preciosa mantis:



Continúo por la invadida traza de la vía pecuaria:



Una pequeña subida por una senda estrecha al final de la terraza - vía pecuaria:



Y me dirijo al cercano pinar:



Dentro del pinar, busco la cercana vaguada a la derecha:



Y en seguida doy de nuevo con la pista de tierra, que cojo hacia la izquierda, justo antes de una curva de la misma:



Más adelante, bifurcación que sigo a la derecha (sureste):



Pronto llego a lo que el mapa debe llamar Peñas Rubias, unos diminutos pero llamativos farallones calizos, con alguna pequeña cuevecilla, y una buena panorámica general. Elijo esta zona para ponerme a comer.







Volviendo a seguir la pista de tierra, llega un momento en que ésta desaparece entre olivares, y me quedo sin traza de camino. Por aquí empiezo a improvisar una bajada hacia el sur, que me acerque al límite provincial con Toledo, para luego entrar en el valle de Valdegredero y remontarlo (nornoroeste) por su vaguada hasta volver a su fuente homónima (el "centro del 8", recordemos). En esta zona me abstengo de dar indicaciones concretas con fotos, porque el lío es ya un poco grande. Así que, en caso de duda en este punto y de no querer improvisar como hice yo, queda la posibilidad de volver por donde se ha venido, hasta el punto de cruce de la ruta verde y la roja, en el Barranco de Valdepinar.

Más tarde, y habiéndose puesto a llover, vuelvo a encontrar los mojones y postes de la ruta verde. En esta foto se ve a la derecha la pista que viene del Barranco de Valdepinar y por la que se llega si no se hace la variante roja, y a la izquierda la continuación o regreso (nornoroeste):



El camino se interna en un curioso barranco (no me cuadra que sea un desmonte artificial, para tan austera pista):





De nuevo en la Fuente de Valdegredero (agua no potable, insisto):



Y de nuevo en el "centro del 8", se sigue hacia el norte, de frente por la senda que sube:



Un poco más arriba, se coge la bifurcación de la derecha:



El tramo final de la ruta, regresando a Colmenar, es el más desolador, por lo llano e inmenso del páramo que se recorre, acrecentada la sensación este día por el cielo totalmente cubierto:



Se llega a la carretera M - 311, que se coge hacia la izquierda, y junto a la cual regreso a Colmenar en muy pocos minutos:



Llegando al pueblo, ya con las luces encendidas. Al fondo la iglesia de Santa María la Mayor, y abajo a la derecha, la entrada a la Plaza Mayor, donde comencé (y terminé) el itinerario:



Bueno, con la tontería de hacer aquí la descripción detallada, al final me ha salido una entrada más larga y con más fotos que cualquier otra de montaña... ¡no era precisamente mi intención que pareciera mayor mi interés por esta zona que por Pirineos o Gredos...!

En fin, un sábado de agradable paseo, preferible a quedarse en casa, pero lejos de la emoción habitual de la montaña. En este sentido, noté la falta de afecto hacia el paisaje; en lo alto de Torres de Pedriza, o del Almanzor, o de algún tresmil pirenaico o dosmil cantábrico, siempre tengo la sensación de que hay algo del lugar que ha pasado a formar parte de mí; ayer no pude disfrutar de esa sensación (aunque me pareció un lugar interesante y bonito). Por otro lado, esta es quizás una excursión más apropiada para realizar en compañía: eché en falta un poco de conversación, que en lugares de alta montaña no tiene por qué ser tan necesaria, pues incluso la soledad ayuda a apreciar mejor la llamada belleza de lo inhóspito (luego ocurre, sin embargo, que en una excursión por la montaña con compañía nutrida, hay veces en que a tu alrededor la gente va hablando del trabajo, del banco, etc. ... ¡¿No se trataba de dejar esos problemas en casa...?!).

En cualquier caso, andando y observando, siempre se sale ganando. (Este refrán me acaba de salir solo, según iba escribiendo...) Venga, otro: Un día de campo siempre es un día bien aprovechado. Vamos, que no estuvo mal.