jueves, 28 de abril de 2011

Cumplido 114: “Viejos himnos para nuevos guerreros” (Ñu)

De alguna manera siento que esta entrada es una especie de deuda impagable. Porque, tanto si su música gusta como si no, lo que toda la historia y discografía de Ñu representa en el contexto musical y social de este país no es ni más ni menos que una propuesta sincera, alternativa y atemporal del rock y de la vida misma, que no atiende a modas. Vamos, que Ñu ha vivido escapando. Y yo llevo escuchando su música desde hace veinte de mis treinta y tres años. En otras palabras, este blog se explica, en cierta medida, por Ñu.

Así pues, no sé cómo hacer justicia tanto al grupo como a su más reciente disco, “Viejos himnos para viejos guerreros”, por lo que creo que lo mejor será no pretender hacer justicia, sino simplemente plasmar mi opinión lo mejor que pueda.

La verdad es que precisamente este disco refleja en algunos momentos de sus letras un inevitable tono autobiográfico. Siempre se ha hablado en los corrillos rockeros y heavies de este país acerca del carácter algo taciturno y orgulloso de José Carlos Molina, acudiendo a la recurrente frase de “está de vuelta de todo” (frase tonta porque en la vida no se vuelve, sino en todo caso al revés). Y lo cierto es que en “Viejos himnos para nuevos guerreros” hay sobre todo un par de canciones en las que lo que se vislumbra es a alguien que, como todo el mundo a partir de ciertas edades, mira atrás y encuentra sentido emocional (y por tanto inspiración) en el paso del tiempo. En “Siempre en escena” lo transmite en buena medida sin renunciar a ese orgullo ni al tono crítico, pero en “Hoy por ti daría mi piel” se impone más bien un humilde y honesto auto examen, con cierto tono amargo pero finalmente esperanzado. Parece hablar de la propia motivación para impulsar de nuevo a Ñu después de tantos años sin disco nuevo.

Y en lo musical la idea es bien clara: Es un disco que representa totalmente la esencia de Ñu, en lo evidente y en lo sutil. No es uno de aquellos discos (igualmente dignos) en los que sonaba más a R&R, o a heavy, o incluso a rock melódico que a lo que entendemos fundamentalmente por Ñu, o en los que –en algún caso- la flauta era apenas testimonial. Pero ojo, tampoco es una recopilación de canciones pegadizas y de duración convencional, tipo “La granja del loco”, que es lo que tal vez una buena parte del público heavy-rockero español esperaría normalmente de Ñu. Es nada más y nada menos que un muy respetable regreso a las estructuras más complejas y progresivas de sus dos primeros discos (no engañaba la publicidad), aunque acarreando el sonido y las ideas de trabajos posteriores, y en cualquier caso con el envoltorio folk-rock o más bien medieval. En cuanto al nivel de intensidad rockera del sonido, digamos por ejemplo que esta más cerca de “La danza de las mil tierras” (pero sin llegar) que de “Cuatro gatos”.

Pero lo más valiente de todo me parece que es la orientación progresiva, porque si un grupo actual cualquiera vende esa etiqueta sonando tipo Porcupine Tree, o tipo Tool, o tipo Dream Theater, podría ser considerado más o menos acertado desde el punto de vista comercial, pero en el caso de Ñu, la etiqueta progresiva significa que habría que buscar referencias del tipo de Kansas, Focus o Jethro Tull. O sencillamente de los primeros Ñu, porque en realidad “Cuentos de ayer y de hoy”, aun pudiendo tener esas influencias u otras, me parece un álbum difícil de identificar claramente con algo concreto. Y creo que el intento de recuperar parte de esa idea en este nuevo disco ha resultado más que digno, con sus virtudes y sus defectos. Vamos, que sólo por eso ya creo que gana un punto de interés, un mérito añadido por la dificultad, y es la enésima demostración de que lo último que agradaría a Molina es defraudarse a si mismo artísticamente.

Dicho todo lo anterior, mi impresión -más en la primera escucha que en las siguientes, eso sí- es que al disco le falta algún que otro punto para sonar rotundo o completamente convincente. Me da la sensación de que por la intención antes dicha podía haber sido uno de los mejores álbumes del grupo, pero en el resultado se queda algo corto. No sé cuánto hay de objetivo o de subjetivo en esa sensación, ni cuánta “culpa” es del grupo o mía como oyente. No sé decir si es cuestión de un nivel de composición que no llega a la brillantez de otras veces, o de unas estructuras que, aunque muy elaboradas, no siempre acaban de parecerme del todo sólidas, o que las canciones no son complacientes al no ser en general pegadizas o facilonas y por tanto debo currarme más su escucha, o es el tipo de grabación, porque el sonido es de buena calidad pero digamos que rara vez me resulta poderoso, o es que estamos quizá malacostumbrados a otros sonidos actuales mucho más sobreproducidos o potenciados en estudio o con mezclas… o, sencillamente, que en su momento me gustaron y sorprendieron más otros discos de la última etapa del grupo, como “Cuatro gatos” o “Réquiem”.

Y dicho lo cual, de todas formas me parece un buen disco, mejor que otros de Ñu en diferentes etapas de su carrera. Es más, hay que entender como natural el que a estas alturas de la historia de un grupo no sea tan fácil hacer obras maestras. Y voy más allá, dentro de los grupos veteranos que conozco (nacionales e internacionales), me resulta muy difícil dar con uno que, treinta y tres años después de su primer disco, saque uno nuevo tan fiel a su estilo original y que además tenga este nivel comparativo de calidad. Lo habitual es que esos discos postreros no tengan mucho que ver con los comienzos, y que sean o al menos parezcan un peñazo, y éste no lo es en absoluto. Por lo tanto, relativizando las cosas hay que concluir que podemos estar más que contentos con este disco, por mucho que parezca sonar a excusa.

De hecho, y tras seis o siete audiciones, creo que no hay ningún momento del disco que no me parezca más que escuchable o que no me guste, y también hay algunas partes que me parecen realmente brillantes. Hay buenas secciones instrumentales y constantes cambios de ritmo (sólo dos de las ocho canciones no los tienen). Es muy destacable la alternancia frecuente de partes rockeras con otras más melódicas, con protagonismo en las segundas de las guitarras acústicas (a las que el propio Molina ha acabado sacando bastante partido con los años –“quiero aprender a tocar la guitarra”, decía en una canción antes mencionada-), y con un papel brillante en ambas partes –cañera y acústica- del piano. También me ha gustado bastante lo trabajado que está el bajo, tanto en la composición, como en la interpretación de Ramón Álvarez y en el sonido destacado que tiene en la mezcla.

El disco no lo pone fácil de inicio, pues la primera canción es la más larga y enrevesada. “Arreando mi suerte” tiene varias partes diferenciadas, que además se suceden de una manera como muy libre o tal vez incluso algo inconexa (o eso me parece a mí por el momento), lo que creo que la hace aparentemente poco sólida, pero al mismo tiempo atractiva para ir conociendo mejor en las escuchas acumuladas; de hecho, cada vez me va gustando más. Cada una de las partes, por separado, me gusta pero sin llegar a impresionarme. Buenos y constantes detalles instrumentales. La letra habla sobre la dificultad de ganarse la vida en esta sociedad sin perder la dignidad ni los valores, y también sobre el papel de la educación en todo ello; temas que Molina ha tratado varias veces –sobre todo lo primero-, y con muy buen resultado, pero que esta vez además pareciera enfocado, sin mencionarlo, a la situación actual (inteligente y no oportunista, creo yo, sobre todo cuando ya nos lo cantó otras veces, de otras maneras).

Los comienzos de “Cantarás sin fe” son de velocidad hard-rockera clásicamente Purpleliana o Rainbowniana, pero la sensación de que parece que va a ser así todo el rato engaña, pues luego aparece un medio tiempo central bastante prolongado, incluso con parte lenta acústica, y con momentos de cierto deje épico-medieval, para volver a la parte rápida con que empezó. Y aquí sí, la combinación me parece que funciona en todos sus cambios. Además, tiene un brillante y pegadizo –éste sí- punteo tras los estribillos. De las que más me gustan.

También está muy bien “Hoy por ti dejaría mi piel”, quizá el tema más medieval del disco, con alternancia de varias partes acústicas lentas con rockeras, cuyos cambios aquí también están muy logrados. Ya avancé el tono autobiográfico de la canción, que habla de la lucha por recuperar la inspiración y la motivación artística, en el contexto del público que espera el regreso, pero también de la despiadada industria. De las letras creo que mejor conseguidas del disco.

Quizá la canción más rara sea, en varios sentidos, “La tentación de Cristoforo Orsino”. Tiene un comienzo algo psicodélico y sombrío, luego una estrofas rockeras y unos estribillos menos dinámicos y más melódicos, y una parte instrumental en la que el bajo hace unas destacables escalas de inspiración neoclásica. Salvo por lo último, quizá es la que menos me gusta. En la letra ni entro, pues aunque se me ocurren interpretaciones no las tengo claras, y las referencias culturales de Cristoforo (podría ser Cristóbal Colón o un humanista de la misma época llamado Cristoforo Landino, o vete tú a saber) y de Orsino (personaje de Shakespeare) que he encontrado no tienen aparentemente mucho que ver con lo que cuenta, pero sí se puede decir que trata sobre religión (o eso o lo usa como metáfora).

La homónima “Viejos himnos para nuevos guerreros” es la más cañera, con potentes y muy atractivos riffs y melodías de flauta genuinas de Ñu. Aunque tiene sus cambios, ya tiene una estructura más asequible y pegadiza, lo que no impide que sea de los temas más destacables.

“El invento de sentir” es uno de los dos temas lentos del disco, que a su vez son los únicos que no tienen cambios destacables de tempo. Este puede ir un poco en la onda de “Esperando”, tanto por el tono melancólico de la letra, como por el estilo rítmico, melódico e instrumental, incluidos arreglos de cuerdas; pero también podría recordar a otro más clásico como “Tocaba correr”.

“Serafín” vuelve a tener varias partes, con introducción acústica, parte principal -estrofas y estribillos- en plan rock desenfadado y con letra burlona, y brillante parte central instrumental puramente rock celta, intervención de Judith Mateo al violín incluída.

“Siempre en escena” pone un adecuado punto final relajado y metamusical en lo letrístico.

Poco más que decir, salvo que me agrada comprobar que algunas cosas buenas de épocas pasadas se mantienen con mayor o menor dignidad. No todo está tan mal, al fin y al cabo, al igual que los nuevos himnos no tienen por qué hablar de algo distinto que los cuentos de ayer y de hoy.

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