miércoles, 26 de septiembre de 2012

Norah Jones dejó cerca de 2000 little broken hearts en Madrid

Podría parecer un beato recopilando milagros, cosa que no pretendo precisamente, pero el caso es que tras haberme referido la semana pasada al de The Flower Kings, ahora tengo que hacerlo con el no menos deslumbrante de Norah Jones, aunque en este caso es de otro tipo. Si en aquel hablamos de un grupo sueco que por su originalidad, complejidad de estilo y estructuras y total indiferencia a las modas, resulta un privilegio poder haberlo visto en directo en una pequeña sala junto a apenas 200 personas o menos, en el caso de la estadounidense habría que recurrir a la explicación divina no sólo para entender de dónde saca su capacidad para transmitir tanta emoción, sino para lo contrario que ocurre con The Flower Kings: que alguien del nivel de talento, calidad, calidez, belleza artística, autenticidad y buen gusto de Norah venda millones de discos en todo el mundo. Lo cual es triste que resulte milagroso, porque debería ser la norma, pero ya sabemos cómo funciona la industria discográfica actualmente, y son pocas las excepciones como la suya.

Como si fuera una especie de señal celestial del advenimiento del suceso, la tarde del domingo 23 de septiembre llegó a Madrid el otoño meteorológico, casi puntual a la cita con su homónimo astronómico, el mismo día que la música de dominante melancolía otoñal de Norah Jones tenía audiencia con el público de la misma ciudad. A la lágrima que cae de su apellido en la portada del disco que la artista venía a presentar, “Little Broken Hearts”, se unían de esta manera las primeras gotas de lluvia que veíamos en prácticamente dos meses por la capital.

No fue mucha la gente que necesitó refugiarse a la entrada del Palacio de Congresos del chaparrón previo a la actuación del –aquella tarde- dúo de Cory Chisel and The Wandering Sons, pues fuimos más bien pocos los que acudimos a tiempo de disfrutarla. Los que no fueron no se perdieron algo especialmente original, pero tampoco precisamente habitual en el contexto musical actual: Un concierto acústico de rock folk de lo más clásico y típico pero también auténtico, interpretado con solvencia, sencillez y genuina calidez por parte tanto de Chisel como de Adriel Harris. Un aperitivo idóneo para lo que estaba por llegar.

Y llegó. Toda mi curiosidad ante un tipo de concierto que, en general, estilísticamente difería bastante de casi cualquier actuación musical que hubiera visto antes, iba a ser satisfecha. Y desde el comienzo, desde el primer compás, me sentí totalmente conectado con la música. No era para menos, pues el repertorio empezó con “What Am I To You?”, perteneciente a la etapa inicial de Norah –que es la que prefiero-, la acústica era absolutamente impecable, y la interpretación del grupo compacta, elaborada, perfecta, rebosante de calidad y de gancho, dándole además a esta canción un matiz rítmico diferente de la versión de estudio, más marcado y sugerente. La cosa prometía.

Siguieron el tema homónimo del último disco, así como el también perteneciente al mismo “Say Goodbye”, iniciando un repaso bastante amplio a éste álbum, que junto a algunas canciones del anterior “The Fall”, de similares derroteros pop-rock, alternaron con algunos de los temas de los primeros años, más arraigadas en estilos más primigenios como el blues o el jazz. No es que no me gusten los dos últimos discos, de hecho, y salvo algunas canciones concretas, me han acabado gustando prácticamente tanto como los anteriores, pero si algo tengo que reprochar de la actuación fue el ligero desequilibrio del repertorio en ese sentido, lo que también podría haberse arreglado con algo que también me habría gustado: que hubiese durado más. Pero el hecho es que lo presenciado en cualquier caso acabó resultándome tan sublime que incluso este reproche me suena inconveniente o injusto.

Precisamente la alternancia de temas de diferentes discos permitió que el colorido y el contraste hiciesen resaltar más cada canción. Los temas lentos, envolventes y atmosféricos de la última época, como “Take It Back”, “After the Fall”, “All A Dream” o “Miriam” creaban una sensación sobrecogedora gracias a una elaboración instrumental de sonido alucinante por parte de la banda. Los más rítmicos como “Happy Pills” o el antes mencionado “Say Goodbye” ayudaban a subir el ánimo. Y en medio de aquello, los más directamente relacionados con el jazz, el blues o el country, como “Lonestar”, resultaban especialmente emotivos. Debo decir que yo percibía una clara diferencia en éstos últimos; lo que se estaba transmitiendo desde el escenario en esos momentos parecía llevar una carga extra de arte y de romanticismo, obviamente mucho más directamente arraigada en la historia de la música. En medio de eso, con todos mis respetos, escuchar “Chasing Pirates”, sin desagradarme, me dejaba un pelín frío. Un adecuado respiro para las emociones, eso sí.

Pero si hubo un momento que quedará grabado para siempre en mi memoria, con una intensidad emocional superior al resto, fue sin duda cuando Norah se sentó al piano y, sin acompañamiento alguno por parte de la banda, se quedó sola con sus arpegios y su irrepetible voz. Es increíble que sin el virtuoso acompañamiento instrumental del que estábamos disfrutando previamente, ella sola consiguiera llenar aun más todos los espacios, los físicos y los interiores. Instantes de puro embelesamiento, de magia, en los que se mezclaban con armonía la serenidad, la dulzura, la sensualidad. No recuerdo haber vivido un momento comparable en ninguna actuación en directo; de hecho, es aquí donde uno se alegra de tener un blog, porque de otra manera me sonrojaría al reconocer en persona que se me llegaron a humedecer los ojos.

Como ya he dicho, al talento innato inexplicable e indescriptible –y por eso me abstengo de detallarlo técnicamente- de Norah, se unía una calidad instrumental de altísimo nivel por parte de la banda que la acompañaba. Aunque no se trate de estructuras compositivas de la complejidad de los antes mencionados The Flower Kings –por poner un ejemplo-, todo el cuerpo y aderezo de las canciones estaba repleto de virtuosismo. El baterista Greg ´G Wiz´ Wieczorek tenía un sentido del ritmo apabullante; casi parecía bailar, más que tocar la batería. Del bajista Josh Lattanzi basta decir, para detallar su nivel, que durante buena parte del repertorio tocó el contrabajo, en alguna ocasión incluso con arco. Jason Abraham Roberts se pasó el 90% demostrando cómo un guitarrista puede ser brillante limitándose a servir sólo al resultado general del sonido y no a su propio lucimiento, con todo tipo de recursos técnicos de acompañamiento y de condimento, pero en el 10% restante también dejó clara su capacidad individual, por ejemplo durante el espectacular solo que engrandeció la canción “Stuck”. Algo similar puede decirse del teclista Pete Remm, que tanto al piano como al Hammond aportó altas dosis de colorido con igual grado de dominio. Por otro lado, que en medio de tal nivel académico instrumental, un papel relativamente menos vislumbrante por parte de Norah, como es la guitarra eléctrica, no desentonase en absoluto, y de hecho aportase al sonido general un sonido tan equilibrado como el resto, es de un mérito incuestionable.

Algunas de las canciones de Norah que en estudio apenas están adornadas con muy vagos detalles instrumentales individuales, en directo adquieren un carácter más propiamente rock. Lo que muchos grupos ya sacan a relucir en los álbumes, la banda de Norah lo deja reservado para estas ocasiones. Una apuesta acertada, porque el valor compositivo de las canciones ya tiene fuerza por sí mismo como para llenar el disco –siempre con el incuestionable protagonismo de la voz de Norah-, además de que es un estilo que brilla por su sencillez instrumental, que casi siempre huye de la pomposidad o de los artificios; al mismo tiempo, eso hace que la intensidad superior requerida en un directo se pueda aumentar gracias a esos añadidos. Por otro lado, es interesante el cambio de sonido de algunos temas. En ese sentido, si hubo uno que me sorprendió gratamente fue “Sinkin´ Soon”; porque la ausencia sobre el escenario del trombón podía haber augurado una ligera decepción, y sin embargo los estupendos solos de Remm al órgano Hammond –con unos fantásticos juegos rítmicos iniciales- y de Roberts a la guitarra le dieron un aire igualmente lustroso.

Por si era necesario demostrar que la calidad del grupo - incluyendo por supuesto la de su razón de ser que es Norah Jones- es natural y verdadera, los bises no precisaron de sonido de mezcla, pues fueron interpretados por los cinco músicos ante un único micrófono que recogió la acústica real de instrumentos tradicionales, así como la voz y coros. De esta guisa tan auténtica sonaron los fundamentales “Sunrise”, “Creeping ´In” y “Come Away With Me”, para poner un acertado colofón a un concierto inolvidable.

Luego vendrían los comentarios “tiquismiquis”, que ninguno pudimos evitar; que si el reparto del canciones elegidas no fue equilibrado, que si se había dejado esta o aquella, que si se había hecho corto, etc. Pero lo cierto es que sabíamos que lo presenciado había sido irrepetible. Y que, en mi caso, probablemente había sido un concierto que acababa de marcar para siempre mi percepción de la música y mis gustos. Así que hay que reconocer que, en el fondo, lo que más nos desagradaba al salir del concierto es que se hubiera acabado: que después de habernos enamorado, Norah nos abandonase dejándonos con nuestros little broken hearts...

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