miércoles, 29 de mayo de 2013

Para que no todo sean grupos de los setenta... o si...


De los grupos actuales, el último que me ha llamado poderosamente la atención es uno que parece sacado de los años 70 con una máquina del tiempo, los suecos Beardfish. No es que suenen retro, o con influencias de la mejor década del rock progresivo, es que directamente parecen no haber vivido los últimos 33 años.

Gracias a eso, se produce la paradoja de que, en al menos dos de sus discos (las dos partes de “Sleeping in Traffic”), todo suena fresco, en absoluto forzado; es como si de hecho el oyente se hubiera trasladado a aquella época. La calidad instrumental, la versatilidad de ideas, la elaboración y el buen gusto hacen el resto. No se echa de menos nada de lo inventado (si es que hay mucho) en los 80, 90 o el actual siglo. Una gozada.

“Sleeping in Traffic: Part One” (2007):



“Sleeping in Traffic: Part Two” (2008):


sábado, 11 de mayo de 2013

…Y todavía faltaba Gredos…




En relación al anterior post, el título de este nuevo alude en primer lugar –y como es obvio- a que, a pesar de lo productivo de la temporada invernal, aún no había salido de Guadarrama. Pero eso es lo de menos. Lo que realmente me faltaba, no ya este año, sino en toda mi vida, era acceder a la base misma del Circo de Gredos en invierno, junto a la superficie casi totalmente helada de su Laguna Grande, y hacer algún tipo de ascensión desde allí.

Esta deuda, a la que seguramente he dejado pasar demasiado tiempo, tiene su justificación en lo pronunciado e imponente de casi todas las canales de nieve que se forman en este paraje, unido al nivel de experiencia invernal de quien escribe. Curiosamente, he ido a saldarla en una excursión en la que he tenido que viajar solo. Esto, unido a los muchos meses que llevaba sin salir a vivaquear en solitario, me quitó bastante sueño durante las noches previas. Y ello a pesar de haberme propuesto hacer lo más sencillo posible, renunciando de hecho a subir a alguna cima.

Luego, y como siempre, la propia excursión ha vuelto a restar importancia a las preocupaciones. Y si bien la sensación de magia sigue sin ser la que sentía en otras épocas, el disfrute de un lugar como éste en invierno es inevitable. Habría que estar ciego, o insensible. Es como si en medio del Sistema Central hubieran colocado un rincón del nivel de grandeza de Pirineos o Picos de Europa.







Por otro lado está el largo acceso a través de la propia Garganta de Gredos, desde la localidad abulense de Navalperal de Tormes. Así como el año pasado volví a repetir la aproximación que nueve años antes había hecho por la contigua Garganta del Pinar, en esta ocasión volvía a transitar por segunda vez a través de su valle glaciar paralelo, que también había recorrido por primera vez en aquel viaje de 2003, sólo que entonces de bajada (y con prisas).

Esta manera paulatina y paciente de acercarse al Circo prometido tiene un sabor de apreciación de la distancia y de la dimensión, así como de la transformación del paisaje, que se desvanece completamente si se cambia por el habitual acceso desde la Plataforma de Gredos. Por ganar en comodidad, no sabemos lo que nos perdemos.



Subiendo por la Garganta de Gredos se van apreciando diversos gradientes altitudinales: La morfología, cada vez más rocosa y tortuosa, resultado de la acción del hielo de hace miles de años; la vegetación, en constante proceso de miniaturización; la simplificación de los colores, desde el mosaico primaveral hasta el bicolor de roca y nieve invernal; y el más antinatural de todos: el comportamiento cada vez más confiado de las cabras, a medida que te acercas al lugar más visitado por el hombre de todo el valle, que paradójicamente es el más alejado en este itinerario.



Pero, abstrayéndote de esa última idea, y viendo las paredes nevadas cada vez más cerca, como telón de fondo fantástico que con la acumulación de los pasos uno espera convertir en escenario real que pisar física y finalmente, uno se siente en una especie de expedición por territorio ignoto, por que es difícil llegar a cruzarse con alguien a lo largo de sus cerca de 15 kilómetros de recorrido.







Cuando tras el madrugón del segundo día llegas junto a la Laguna Grande, casi en el momento en el que el sol va a empezar a dorar tímidamente los escarpes hasta ahora blanquinegros de Los Tres Hermanitos y del Cuchillar de las Navajas, no puedes evitar sentirte privilegiado de estar en ese lugar y en ese instante.



A partir de ahí, la subida por una pala sencilla de la Hoya del Ameal para ganar altura no hace sino acrecentar la espectacularidad de las vistas. También se siente uno agradecido al hecho de que sea accesible, incluso con  nieve, la cresta que une el Cerro de los Huertos con el Risco Negro, no sólo por el hecho de poder contemplar también la belleza de La Galana sobre el abismo de El Gargantón, sobre el que cae a plomo la pared desde cuyo alto contemplo en solitario tan impresionante panorama, sino porque es una gozada poder moverse con tanta facilidad por un ambiente tan escarpado, aparentemente inaccesible visto desde lejos. Está claro que el amante de la dificultad sólo se conformará con vías mucho más complicadas, pero a mí esas accesibilidades naturales, en un lugar así, me parecen un regalo. Por otro lado, no hizo falta cima para sentir; Asomarse al otro lado en esa cresta para ver La Galana fue suficiente, y equivalente.







Como para restar perfección a una excursión que parecía haber salido inmejorablemente, luego hubo que darse prisa (pero mucha más que 10 años antes) para llegar a tiempo al único autobús de vuelta en Navalperal, añadiendo el factor estrés, al límite mismo del tiempo, y corriendo en varios tramos de bajada del final, con el macutón a la espalda. Los más de cien metros de desnivel de subida final por carretera al pueblo desde el puente que cruza el Río Tormes fueron de auténtica contrarreloj. Y cuando creí que había llegado físicamente bien (cansado y en pleno subidón de pulsaciones, pero entero), ya montado en el autobús empecé a sentirme bastante mal: Primero mareo y náuseas, luego respiración progresivamente más intensa, después se me dormían los antebrazos, empezaba a notar el mismo cosquilleo en los pies… Al parecer, experimenté una hiperventilación debido a un bajón de azúcar por el sobreesfuerzo… Luego me fui recuperando y quedó en un susto, pero susto importante, porque nunca antes me había ocurrido… incluso llegué a pensar, en medio del acceso, que había bebido agua en mal estado…

… En definitiva, que esa experiencia final restó algo de poesía a un fin de semana que de otra manera sólo habría recordado por la belleza de un paraje maravilloso. También, de alguna manera, vino a cerrar el ciclo de “preocupación previa – disfrute del momento – vuelta a los sustos”, casi como justificando las anteriores noches medio insomnes (que, dicho sea de paso, supongo que algo debieron influir en lo que me pasó, por falta de descanso).





Sea lo que sea, creo que es un buen colofón para un estupendo invierno en el Sistema Central, el mejor aprovechado que recuerdo. El veraniego Circo de Gredos de casi todos mis primeros años se ha mostrado ante mí con un aspecto de gala que hasta ahora sólo conocía desde miradores (magníficos, eso sí), como Cabeza Nevada. Supongo (y espero) que habrá futuras incursiones aún más atrevidas.















miércoles, 1 de mayo de 2013

Estampas invernales, y algunas primaverales, de una temporada propicia y bien aprovechada



Los dos tercios finales de este invierno y las primeras semanas de primavera han sido verdaderamente pródigos en nieve en la Sierra de Guadarrama. Parece como si estas montañas se hubieran querido vestir con sus mejores galas para su nombramiento como Parque Nacional, al margen de si este reconocimiento le hace honor o no en cuanto a los detalles de su documento final.

Creo que esta vez casi se puede decir que he aprovechado más que aceptablemente las oportunidades que han propiciado las condiciones. No sé si en cuanto a calidad de las actividades realizadas (que tampoco han estado nada mal), pero sí como mínimo en cuanto a cantidad, si bien siempre parece que inviernos así acaban dando la sensación de que uno se ha dejado en el plato más de lo que ha comido. Por un lado, porque para que caiga tanto es inevitable que haya muchos fines de semana imposibles de aprovechar, precisamente por la que está cayendo. Y segundo, porque luego quedan pocas ocasiones para muchas posibles cosas que hacer, y las salidas se concentran en un tiempo reducido, creando además la sensación de rutina (aunque en este caso aceptada con ganas por mi actual etapa basada en la constancia deportiva).





Lo que sí viene bien de vivir años como éste, al menos desde mi perspectiva general (es decir, sin tener en cuenta esa actitud deportiva de ahora), es que te das cuenta de que hacer mucho más no te produce una mayor satisfacción –al menos a mí-. En otros años propicios, como hace tres o cuatro temporadas, me daba rabia no haber podido hacer más con todo lo que había caído. Este año he aprovechado prácticamente todos los fines de semana y festivos adecuados que se han dado, y me satisface desde esa perspectiva deportiva, pero no me ha hecho más feliz. Una sola excursión en aquellos inviernos de 2008-09 o 09-10, viendo nieve como nunca antes había contemplado en el Valle de la Fuenfría, ya bastaba para dejarme una sensación plena de disfrute, además de un recuerdo imborrable; en realidad no hacía falta más.

Sea lo que sea, ha sido indudablemente un buen invierno, del que no olvidaré la subida a Siete Picos por la canal suroeste al séptimo pico, ascensión pocas veces realizable en buenas condiciones de nieve –de hecho, no fueron totalmente óptimas-, y que curiosamente pude disfrutar tras una serie de circunstancias, descartes y casualidades: No pude ir con Isa y Ángel a Picos de Europa en Semana Santa por el mal tiempo; sólo quedó el Jueves Santo como día de meteorología medio aceptable en Guadarrama; y me limité a la zona de Cercedilla para poder ir en tren y evitar el posible atasco de la operación salida, además de descartar Cotos por lo tarde de la hora y la esperable masificación. Al final, me vi haciendo una de las ascensiones invernales en solitario que más me han impresionado y satisfecho en mi vida, en un lugar que, como digo, pocos años es así de aprovechable.





Pero dejando a un lado el estado de ánimo de cada etapa de la vida, o lo que el cuerpo pide en cada momento, sigue siendo cierto que al final las mayores satisfacciones del montañismo las proporciona descubrir nuevas estampas, nuevas imágenes de paisajes y, en definitiva, pararse a percibir todo lo que esa naturaleza tan especial tiene que decirnos. Por lo tanto, si el Guadarrama se ha querido vestir de gala para su ascenso en su nivel de protección, no creo que sea con la intención de que nos lo pasemos lo mejor posible en sentido lúdico -que en parte también-, si no sobre todo para que entendamos el valor profundo de todo lo que nos ofrece, a nosotros y a las generaciones futuras.