viernes, 24 de enero de 2014

El Duque de los Abruzos. Vida de un explorador (Mirella Tenderini y Michael Shandrick)

Este libro supone para mí una novedad dentro de la lista de obras de literatura de montaña que llevo leídas: Es la primera biografía que leo acerca de un alpinista que no haya sido escrita por el propio protagonista. Esta puede ser sin duda una de las razones de que, aparte de ser interesante, el libro no me haya resultado precisamente emotivo o memorable, para mi gusto; pero hay más motivos.

Luis Amadeo de Saboya – Aosta, Duque de los Abruzos, fue hijo de Amadeo de Saboya, rey de España entre 1870 y 1873, en una época especialmente convulsa de este país, aunque ambos pertenecían a la familia real italiana. Él nunca ocupó un cargo real o político, aunque estuvo muchos años al servicio de Italia como militar. Cuando sus deberes se lo permitían, realizaba actividades alpinísticas y exploratorias, entre las cuales destacaron importantes expediciones pioneras en su época, como las primeras ascensiones al Monte San Elías en Alaska o al Ruwenzori en África, un récord de latitud al Polo Norte, o uno de los primeros intentos de conquista del K2.

Aquellas aventuras, adelantadas a su tiempo, además del espíritu deportivo y del interés científico que llevaba aparejado, tenían una especie de misión publicitaria para mejorar la popularidad de Italia en el mundo. Probablemente por esto, y por el carácter reservado -esperable en alguien de su alcurnia- de Luis Amadeo, que encargaba la redacción de las expediciones a otros compañeros de las mismas, no dejó testimonio de lo que podían transmitirle tales actividades, en un sentido más personal, reflexivo o emocional, que es lo que estoy acostumbrado a percibir en los libros sí escritos por otros alpinistas. Ese aspecto suele ser el que mejor poso deja al lector, para mi gusto, porque es fácil sentirse identificado si se comparte la afición con el escritor (al margen de las diferencias de nivel en las actividades llevadas a cabo). Y ese es un campo no explorado en este libro, lo que le da ese estilo más seco de lo habitual en este tipo de literatura.

En cualquier caso, es un libro interesante, entretenido, lleno de curiosidades, con el sabor de lo añejo, el valor de tales aventuras en aquella época, con esas estupendas fotografías en blanco y negro del también afamado Vittorio Sella, etc. Y aporta otro nuevo ejemplo (el enésimo) de cómo una vida tan intensa y tan llena de contrastes (de la corte a las tribus africanas y de ahí a lo inhabitado; de la Primera Guerra Mundial a la paz de las montañas, etc.) acaba dejando un poso de deseo de aislamiento del mundanal ruido, y al final sí nos deja entrever El Duque un resquicio de personalidad cansada de la vida en la sociedad occidental: Sus últimos años los pasó en la aldea de Somalia que él mismo había fundado para crear otro proyecto pionero, de desarrollo agrícola en una tierra empobrecida.

lunes, 20 de enero de 2014

Últimos discos, más grupos, y opiniones categóricas

Hace mucho tiempo que no escribo sobre música. No ha habido grandes cambios en mis preferencias; algunos de los grupos que vengo siguiendo desde hace años han sacado disco nuevo, en general sin mucha pena ni gloria; he conocido más bandas interesantes en mi estilo preferido actual; y me he atrevido a explorar otros géneros, confirmando en unos casos que por mucho que lo intente con determinadas cosas no puedo, pero que con otras debería atreverme más a menudo, pues resulta que hay cosas muy buenas (sean muy conocidas o no) que pueden gustarme más de lo que habría imaginado.

De los grupos que solía seguir, Dream Theater sacaron su tercera decepción discográfica consecutiva, con lo cual ya no es decepción, aunque esta lleva el agravante de ser su disco homónimo. En cualquier caso, lejos de los exagerados vapuleos que se pueden leer por ahí, el disco no es tan malo (lo mismo pasa con los dos anteriores), simplemente está muy por debajo de lo que solían ser, pero se aguanta. Es más, la suite final del disco cada vez me gusta más (aunque con casi todo el resto del disco me pasa lo contrario, cada vez me aburre más).

Muy de soslayo se ha hablado del último disco de The Flower Kings (¡que para eso es un grupo "de culto"!, vaya tela), pero curiosamente no ha sido por desprecio, sino que de hecho parecen haberlo recibido en ciertos medios con más condescendencia que yo. Efectivamente, coincido con ellos en que supera al anterior disco de la banda, pero de nuevo es otro caso de grupo que ya no es lo que era, y la decepción pesa más que la, en cualquier caso, innegable calidad (que no brillo o genialidad, como antes).

Sin embargo, la crítica ha sido severa con el último disco de Ayreon, y a mí es el que más me gusta de los tres hasta ahora mencionados, creo que con diferencia. Su único defecto, para mi gusto, es que hay poco de nuevo u original en él (que no es leve defecto), pero por lo demás me parece una gozada, que recopila con calidad y gancho buena parte de las características que más me gustan del rock progresivo en general y del proyecto de Arjen Lucassen en particular. Se le reprocha que las ideas están poco desarrolladas, que duran poco y cambian de manera brusca; bueno, a mí eso no me molesta, al menos en este caso, aunque también se me ocurren otros discazos de estructura “loca”, como el “Amarok” de Mike Oldfield. Más cansino me resulta el anterior de Ayreon, “01011001”, del que sin embargo se habló creo que excesivamente bien. Supongo que será cuestión de gustos.

No sabría decir cuáles son exactamente los grupos de rock prog que he conocido desde que no escribía una entrada de música, pero los dos que más gratamente me han sorprendido últimamente son Magic Pie y Big Big Train. También me gustó un disco de uno de los miembros de The Flower Kings, Hasse Fröberg Musical Companion, por cierto por momentos más heavy de lo que esperaba, así como otro de un grupo que vi como teloneros de Theater y que entonces no me llamaron la atención pero ahora sí, Bigelf (variados, auténticos y añejos). También me ha gustado bastante el último disco de Steven Wilson.

Y para evitar estar siempre escuchando lo mismo, y dejando a un lado escarceos con cosas más o menos alejadas de todo esto (Madredeus, o también un tal Steve Harris que nada tiene que ver con el bajista de Maiden y que hace jazz con guitarra acústica y sonido brasileiro), me he adentrado en diferentes variantes del rock y del pop a las que no estoy habituado. Lo he intentado con Mogwai, y aunque por momentos me parece que tienen su aquel, en general me acaban aburriendo un poco. Más o menos lo que me ha pasado con And So I Watch You from Afar. Menos todavía me han dicho los Pixies. Y menos aún, un grupo español actual del que se hablan maravillas, pero que yo no logro soportar: Triángulo del Amor Bizarro. De nuevo será cuestión de gustos. Por el contrario, me han encantado The New Pornographers, y más aún los discos en solitario de Neko Case. También me han sorprendido gratamente Of Montreal. A algunas cosas de Yo La Tengo les voy pillando un poco el punto sin que me maravillen; me gustan más en sus canciones más acústicas que en las rockeras (y algunos momentos me siguen resultando infumables). Y me llamó la atención como canta Sallie Ford, así como su estilo añejo, aunque al escuchar entero un disco suyo me parece que va perdiendo fuelle.

Pero al final, yo voy a lo mío, y lo que estoy deseando es que Transatlantic saque su cuarto disco, para lo que apenas quedan unos días. Eso sí, lo espero con cierta prudencia, por aquello de las numerosas decepciones de últimamente, y de hecho no acabo de tener muy claro de qué manera podrá sorprenderme este grupo de nuevo… Probablemente lo harán más en directo (para lo cual también queda poco). Y también está el regreso de Mike Oldfield: Sí, voy mucho a lo pasado de rosca, qué se le va a hacer. Además en este caso es difícil esperar ninguna maravilla, pero bueno, no deja de ser el tito Mike…

Por añadir algo de “sustancia” a algo que parece una entrada más recopilatoria que otra cosa, diré un par de cosas más. Cuanto más aprovecho las múltiples opciones que ofrece Internet para conocer un abanico muchísimo más amplio de música del que nunca imaginé que tendría acceso, menos me creo a los que dicen que les gusta oír “de todo”… ¿acaso sabes “todo” lo que hay?… ¡es inabarcable! Y como lo intentes, es imposible que te llegues a saber de memoria a todos los grupos y artistas. ¡Si hasta los subgéneros son infinitos! Y es prácticamente imposible que te guste todo; todo el mundo tiene excepciones, cosas que no traga, ya sean muchas o pocas (en mi caso son muuuuuuchas). Sería más acertado decir que te gusta escuchar "cosas distintas". Eso sí, cada vez entiendo menos que la gente se conforme con las rutinarias listas limitadísimas de canciones que se suelen poner en la mayoría de las radios; a mí me produce un gran sopor oír una y otra vez las mismas canciones, incluidas algunas que me llegaron a gustar mucho. Prefiero con creces escuchar todos los discos diferentes que pueda, repetir lo menos posible, salvo con mis estilos y grupos preferidos. Por otro lado, me gusta conocer grupos sin ser consciente de si tienen o no tirón mediático o éxito comercial, para no prejuzgarlos según esto (positiva o negativamente).

Y luego está lo de los críticos de los medios, y el afán de objetivizar lo subjetivo, sobre todo cuando las opiniones vertidas son tan radicalmente negativas o positivas. Salvo que trates de grupos realmente o muy claramente buenos o malos, en el resto los que escriben en páginas especializadas y demás me parece que son demasiado categóricos en sus conclusiones, lo que te llega a hacer dudar si no será que no tienes ni puta idea por el hecho de que te gusten ciertos grupos o discos, o porque no te gusten otros considerados casi como sagrados por algunos… Pero bueno, está claro que vivimos en un país de pocos matices.

domingo, 12 de enero de 2014

El viejo y el mar

Hace más de veinte años que leí por primera vez el archiconocido libro de Hemingway, y ahora que lo he vuelto a revisar, desde otra perspectiva personal bien distinta, además de saborear creo que más intensamente su poderosa narrativa, se me han ocurrido dos o tres ideas, unas más tontas que otras (supongo que todo lo inteligente, profundo o cultural que podía decirse sobre esta obra ya está dicho mil veces, así que yo a lo mío…).

La primera idea es que creo que nos hemos vuelto más tiquismiquis que nunca con el arte (tal vez influidos por los críticos, aunque no sea el caso de la comparación que voy a hacer): ¿Por qué hay tanta gente que cuestiona el guión de la película "Gravity" por la sencillez de la historia que cuenta? Y entonces, ¿qué deberían éstos decir del clásico y magistral relato de Hemingway? Aunque suene manido, menos también puede ser más.

La segunda idea aviso que contiene “SPOILER”, además de ser quizá la más “tonta” (o la que podría parecer más rebuscada o pillada con pinzas; pero qué se le va a hacer: así piensa mi cabeza a veces…). Lo que le ocurre al bueno del viejo que protagoniza el libro me recuerda a la conquista de una montaña: Mientras se sube se lucha contra el “trofeo”, que parece vencido en la cima, para luego desvanecerse entre los dedos durante la bajada, convirtiéndose en lo que el alpinista Lionel Terray llamó “la conquista de lo inútil”: al final se vuelve de vacío, aunque con una experiencia única en el recuerdo y en el saco del aprendizaje pero también del desgaste. Pero sin nada, al fin y al cabo. La gran diferencia es que en el montañismo ese regreso con las manos vacías se da por hecho de antemano, lo que por un lado le otorga su romanticismo propio, y por otro hace que la conquista de esa nada produzca satisfacción incluso cuando ya no tenemos la montaña a nuestro alcance. El pescador frustrado de Hemingway, en cambio, ha perdido una conquista tangible, que además necesitaba por pura necesidad vital. Y sin embargo, la pérdida más dura para él no es la material; o más que la pérdida, la carga emocional de lo vivido, el orgullo herido. Mientras los montañeros muestran (o mostramos) altivos sus fotos de viajes a sus conocidos, el viejo muestra involuntariamente a los demás pescadores la simbólica imagen de muerte del enorme espinazo de su “trofeo”. FIN DEL “SPOILER”.

Y para cerrar el círculo de reflexiones tontas o extrañas que me ha dado por pensar tras leer el libro, volveré a mencionar una referencia del segundo párrafo de esta entrada, junto a otras dos (una de ellas, de nuevo, es esta pequeña gran obra de Hemingway). Se me ocurre de esta manera una trilogía de intensas historias de luchas en solitario casi sobrehumanas en ambientes hostiles (pero muy distintos entre sí): En el espacio, la mencionada película “Gravity” de Alfonso Cuarón; En la montaña, el libro de Joe Simpson y luego película documental “Tocando el vacío”; en el mar, de nuevo “El viejo y el mar” de Ernest Hemingway. En la primera y tercera referencias, destaco el mérito de la creación de una historia ficticia pero de tono realista (aunque más o menos alimentada por vivencias reales en el caso de Hemingway). En la segunda, la emoción sube un escalón al saber que fue un hecho real, y aprovecho de esta manera para volver a reivindicar el valor de las obras a que da lugar esa “loca afición” de “jugarse la vida” en altitudes extremas. Hay cierto paralelismo con el arte, porque sin ir más lejos tampoco a Hemingway su vida y obra le llevaron a un final precisamente mucho más digno que el de los alpinistas que no regresan con vida de la montaña -que al fin y al cabo es el lugar que les define y hace felices-. Y no son pocos los ejemplos, en esta y otras muchas otras disciplinas artísticas, de finales “abruptos”. Se me entienda: no reivindico esos finales, pero sí un poco más de la comprensión y admiración que sí se suele tener hacia esos muchos artistas que no acaban precisamente bien sus vidas.